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Corporizar las palabras con el ejemplo



Por Daniel Gattás
Miembro de Esperanza Federal


La educación es una de las encrucijadas más sensibles que nos toca enfrentar a los argentinos, y de su éxito dependerá el futuro de nuestro país.

Una de las primeras cuestiones que debe quedar sentada es que la educación debe ser entendida como un proyecto socio-educativo-cultural y no exclusivamente curricular. Es indispensable que los docentes discutamos críticamente no sólo los contenidos temáticos de las materias que eventualmente nos tocan dictar, sino también el mensaje que debemos transmitir, que debe estar orientado a la reconstrucción de una estructura de valores perdida.

La premisa es ser veraces y plantear la realidad con la crudeza con que se nos presenta. En ese contexto, se hace indispensable evitar posiciones cercanas al determinismo, que sólo provocan desazón y angustia. Supone expresar con claridad la dolorosa problemática, pero transmitiendo un mensaje optimista que apunte a un compromiso de los alumnos a favor del cambio. Las transformaciones de nuestro país y de nuestra provincia en particular no son una utopía, implican establecer una dialéctica entre la denuncia de la situación deshumanizante por la que atraviesan muchos conciudadanos y el anuncio de su superación.

Es en este punto en el que la universidad tiene un rol central, ya que es la que forma profesionales que tendrán a su cargo enfrentar semejante desafío.

Como plantea el extraordinario pedagogo Paulo Freire, “el mundo no es, sino que está siendo”. Nuestro papel, como subjetividades curiosas, inteligentes y que infieren de la realidad, no es sólo el de personas que constatan fríamente lo que ocurre a su alrededor, sino también el de aquellos que intervienen como sujetos de ocurrencias y de cambios.

Directivos, docentes y estudiantes no debemos estar en el mundo con las manos enguantadas y sólo comprobando lo que sucede. Si bien la responsabilidad de directivos y docentes es mayor, los alumnos deben descubrir y comprender que su inserción en el sistema no es el final del camino, sino el comienzo de un itinerario que implicará decisión, elección e intervención en la realidad cotidiana.

Repetir la muletilla que los hombres son personas y que como personas son libres, y no hacer nada para lograr que esa afirmación sea una realidad, es un acto de profunda hipocresía que debería avergonzarnos.

No se puede estudiar sin compromiso como si, misteriosamente, no tuviéramos nada que ver con lo que sucede en el mundo, un externo y distante mundo, ajeno a nosotros como nosotros a él.

La cuestión más significativa es comprender que enseñar exige corporizar las palabras con el ejemplo. Éste es uno de los problemas más grandes que enfrenta nuestro país: la falta de modelos virtuosos. Enseñar exige respeto a la autonomía del alumno, seguridad, capacidad profesional, capacitación permanente, entrega y generosidad; exige saber escuchar, ya que nadie “es” si se prohíbe que otros “sean”.

El estudio y la formación no se pueden mensurar sólo por el número de páginas leídas en una noche de insomnio obligado, ni por la cantidad de libros consultados en un semestre.

Estudiar no es sólo un acto de consumir ideas de otros, sino de crearlas y recrearlas, de reflexionar sobre lo que se lee para obtener conclusiones propias.

Para que este objetivo se alcance, los docentes con más experiencia deben trabajar con sus colegas que recién se inician, alentándolos a que acumulen conocimientos y trasmitan el valor de la mirada crítica.

Esto obliga a clausurar el camino a la envidia, tan dañina y común en el ámbito académico y que en verdad es un estigma psicológico por el cual se confiesa públicamente una humillante inferioridad.

Cuentan que un sapo croaba en un pantano cuando vio resplandecer en lo más alto de las toscas a una luciérnaga. De inmediato, pensó que ningún ser tenía derecho a lucir cualidades que el jamás podría tener. Mortificado por su impotencia, saltó hasta ella y la cubrió con su vientre helado. La pobre luciérnaga, mientras moría, osó preguntarle: ¿Por qué me tapas? El sapo, dominado por la envidia, sólo atinó a contestar con otra pregunta: ¿Por qué brillas?

Por último, hay que desterrar para siempre el prejuicio de que la cultura es un atributo exclusivo de los sectores de ingresos altos. Los que despectivamente son llamados “ignorantes”, en la mayoría de los casos son personas a las que su pobreza material les ha negado el derecho a estudiar y a expresarse, y por ende son sometidas a vivir en la cultura del silencio. Como sostiene José Ingenieros, “la miseria es mordaza que traba la lengua y paraliza el corazón”.

El sistema educativo debe trabajar para superar este problema a través de políticas activas que apoyen a los que desean cambiar su vida a través del estudio, teniendo en cuenta que los únicos bienes intangibles son los que acumulamos en el cerebro y en el corazón. Y cuando éstos faltan, ningún tesoro los reemplaza

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